Una vida, un viaje, lleno de pruebas.
Poesía y el gran interrogante.
El recuerdo del maestro y amigo
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Título original: Retour en Alexandrie.
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Alejandría, es como yo llamo a un pequeño espacio del jardin de mi viejo amigo Alexandre, que vivió perdido allí en ese pueblo de montaña que me vió nacer.Este ensueño de viajero solitario esta dedicado a ese amigo, que pasó al Oriente eterno a fines del año pasado, lo que me permite re-evaluar ahora los tiempos que pasé con él, de hablarle de mis viajes, y contarle de la vida en su jardin. Puede ser que se haya burlado gentilmente de mí, pero quedé encantado cuando me apodó : « el Viajero ».....
El Viajero pasó una gran parte de su vida sobre los caminos del Mundo y, feliz como Ulises, regresaba al banco de piedra, como volviendo sobre sus pasos, como volviendo a beber de la fuente. Ese banco está a la sombra de una acacia. Allí, como cada vez que volvía de un viaje, encontraba a Alexandre. Un día, el anciano no le preguntó de donde venía, como era su costumbre, sino : « ..entonces, Viajero, ¿qué ha sido de tí?
¿Qué ha sido de tí ?. La pregunta tomó al Viajero por sorpresa. Esa pregunta orientada hacia lo que era en sí mismo, exigía poner un poco de orden en sus historias, de verlas en perspectiva. Pedía una respuesta, no sobre los hechos que se relataban sino sobre lo que daba sentido a su paseo por el Mundo. La pregunta exigía una respuesta, no sobre la trivialidad de las anecdotas, sino sobre la esencia misma del Viaje.
De las historias, de muchas historias no se hace necesariamente una historia. Pero, ¿existía una respuesta a tal pregunta?.
El Viajero miró las montañas que le rodeaban y que habían sido la cuna de sus sueños de infancia, de sus sueños de viajar. Ahora sentía el imperioso deseo de saber si su vida había pretendido seguir un camino o si, a fin de cuentas, no era mas que un barco a la deriva. Una marea de imágenes le sumergió. Pero si quería extraer alguna enseñanza de lo que había vivido, debería detenerse sobre los pocos fragmentos de vida que a sus ojos fueran rescatables.
Así, Un DIA EN QUE HABÍA perdido sus papeles en el sur argelino, el Viajero se sentó al borde de la pista, sin un centavo en el bolsillo, para constatar que sin identidad y sin dinero no tenía existencia a los ojos del aduanero del puesto fronterizo, no mas que la de un perro sarnoso a quien se le da patadas. Que el reconocimiento del Otro dependía de lo que había hecho y no de lo que era. Que había todo un mundo entre la existencia y el reconocimiento.
Un DIA EN QUE HABÍA estado implicado en un accidente de automóviles sobre las rutas de Kerala, un accidente mortal, el Viajero había obligado a su joven chofer indio a tocar el cuerpo del niño atropellado por el camión, para incorporarlo a la noción física de la muerte, noción que le era totalmente extraña. Pero el Viajero se había olvidado que era del país del Bhagavad Gita y de la sumisión a la ley del karma. El joven chofer indio se había vuelto a poner al volante y como si nada hubiera pasado se metió entre la multitud con la bocina apretada. El Viajero aceptó la idea de que su destino podía depender de esa incomprensión.
Un DIA EN QUE HABÍA estado entregando alimentos en el Sahel, durante los años de las grandes sequías, el Viajero había encontrado un pequeño grupo de Peules, mujeres aisladas resignadas a la muerte que parecía estarles esperando en el fondo de esos barrancos perdidos. Los hombres se habían ido a salvar el poco ganado que les quedaba, hacia alguna parte del sud, hacia los pozos de Maradi. ¿Los volverían a ver alguna vez?
Una jóven se acercó a pedirle que salvara a su hija. No tenía nada y no sabía si podría darle de comer mañana. “Tómala, le dijo, te la doy, llévala contigo”. La niña era hermosa y tenía el orgullo y la vida en su mirada. Allí estaba, delante de él, presta a partir, dejando todo atrás: ella había hecho su elección. Él debía también elegir y eligió dejar al niño a su suerte. Y desde entonces, esa mirada le recordaría que la otra alternativa lo hubiera comprometido por completo, pero que sin importar cual tomó, trastornó toda una vida.
Un DIA EN QUE HABÍA había sido llevado por la oración de las multitudes blancas, se prosternó en un mismo corazón hacia Alá sobre la inmensa plaza de la mezquita de Ispahán; un día en que había seguido los polvorientos senderos de Maharastra a los millares de adeptos que se agrupaban alrededor del gurú Sai Baba, como una bandada de mariposas cercando a la luz; un día que había caminado cuerpo a cuerpo, la frente cubierta de pigmento con los miles de peregrinos venidos a venerar la danza de Shiva en la penumbra de la gruta sagrada de la isla Elefanta; un día en que se compadecía en Lourdes ante las miradas de fervor exaltado de los paralíticos en procesión implorando a Dios por curación; un día en que sintió su cuerpo se fundía en el trance del Vudú que se apoderó de los cientos de fieles reunidos en la catedral muy católica de Cotonou; a cada vez, a cada vez, el Viajero se preguntaba si la emoción de los hombres, la emoción religiosa, la emoción corporal, el fervor vibrante y colectivo no era en efecto el verdadero alimento de los dioses.
Un DIA EN QUE CONTEMPLANDO la noche estrellada en las montañas desérticas de Hoggar, en esa capilla de oración perdida entre dos inmensidades, la del Cielo y la de la Tierra, el Viajero que había oído a su compañero de viaje murmurar unos versos de un poema, regresó a él en la memoria. Era Booz dormido, de Victor Hugo:
Los astros esmaltaban el cielo profundo y sombrío;
El cuarto creciente fino y claro entre esas flores de la sombra
brillaba en Occidente, y Ruth se preguntaba,
inmóvil, entreabriendo los ojos bajo sus velos,
qué dios, qué segador del eterno verano,
había dejado caer negligentemente al irse
esa hoz de oro en los campos de estrellas.
El cuarto creciente fino y claro entre esas flores de la sombra
brillaba en Occidente, y Ruth se preguntaba,
inmóvil, entreabriendo los ojos bajo sus velos,
qué dios, qué segador del eterno verano,
había dejado caer negligentemente al irse
esa hoz de oro en los campos de estrellas.
Entonces, una voz se elevó en el silencio, un canto, bello como una plegaria. El Viajero se preguntaba si la emoción sentida, y compartida ante tanta belleza y armonía, si la Belleza y la Armonía en sí mismas no eran mas que un avatar, una ilusión de la mente, para hacer soportable la cuestión (la única verdadera, quizás), la cuestión lacerante, torturante, atrapada en el hueco de cada célula de nuestros cuerpos: aquella de la trayectoria efímera de nuestro ser por el terrible infinito de la vida.
Un DIA EN QUE HABÍA hallado un bebé recién nacido abandonado en un vertedero de basura en Bombay, una mañana de Navidad. El Viajero movió cielo y tierra para tratar de salvarlo. Ese niño de navidad se había convertido en la suya. Pero no hubo milagro, el niño falleció esa misma noche. No fue el único muerto: el Viajero enterró definitivamente a Dios y su cinismo.
Un DIA EN QUE HABÍA vanamente intentado, en su celda de prisión compartida, leer un pensamiento, un sentimiento en los ojos de ese disidente político de Dahomey al que no le restaban mas de cinco minutos de vida antes de ser fusilado por el piquete.¿Sentiría miedo, indiferencia, arrepentimiento por la revuelta, un deseo de venganza imposible, pensaría en su madre?. El Viajero buscaba en sus ojos, odio, ira, desafío, en fin, alguna cosa!
Pero nada. Llegado al fin de su camino, el hombre se había retirado del mundo y miraba a la otra orilla. En esos ojos vacíos el Viajero no veía más que el reflejo de su propia angustia ante el plazo inexorable.
Un DIA EN QUE HABÍA tratado un asunto delicado y peligroso en un cuartel de Lagos- el caso había ido realmente mal- su acompañante le anunció que festejarían “el hecho de seguir vivos”, en un restaurante conocido solo de unos pocos iniciados. El Viajero sintió ganas de vomitar cuando supo que la especialidad del restaurante era comerse a un niño. Sintió ganas de vomitar ante lo inaceptable, ante el horror de la violación del tabú.. ¿o ante la preocupación del surgimiento en si de su propio y primitivo deseo caníbal?
Un DIA EN QUE ESTABA minado por meses de agresiones, excedido por los vuelos incesantes y los miedos acumulados, los ataques, el Viajero tuvo el poder de decidir la vida de un hombre, un asesino, un ladrón. En ese rincón del mundo gangrenado por una guerra civil incesante, la vida o la muerte de ese individuo no tenía la menor importancia. La de él pagaría la de otros… así ese día comprendió que había arribado a un límite. Si lo sobrepasaba, ¿que sería de él? ¿Podría salir intacto?
El Viajero tomó conciencia de que esas experiencias y todo lo que había acumulado en su billetera le habían llevado progresivamente a las zonas límites, a las fronteras de su mundo interior, a los confines de su espíritu. No existe ningún mapa para localizar las manchas blancas, esas tierras no visitadas en el mapa del mundo, ni las que quería descubrir en su infancia, cuando se sumergía en el “Journal del Voyages et des Explorateurs”.(Diario de Viajes y Exploradores)
No, esas “terra incognitae”, esas tierras desconocidas eran las suyas, las resguardadas en los recovecos de su psiquis. Sus viajes le habían dejado allí, como el mar en su retirada descubre un nuevo paisaje. Estaba enfrente de sus límites, de sus referencias, de la idea que el tenía de sí, de la idea que tenía del Hombre.
Así es que para encontrar el espíritu del viaje, emprendió el viaje del espíritu.
Siguiendo la antigua recomendación de los sabios, “visita interiora terra…” removió las entrañas de su tierra, esa tierra donde para renacer debe morir a sus propias ideas, a sus propias convicciones. Morir a su propia historia. Desprenderse de lo que cree saber Esa exploración comenzada hace años, dura todavía. Se volvió un Viajero de la Soledad, pero, en ruta, descubrió su luz, su estrella, y aun más, ya no teme perderse. Un día en los albores del Milenio, esa luz fue llevada simbólicamente con otros, al fin del mundo, en Tierra del Fuego, y esa luz continúa destellando en un océano de tempestades. Esa fue una de las cosas más inútiles y más bellas que jamás hizo: para esa banda de iluminados, una chispa de esperanza podría alejar las tinieblas.
Sobre el camino, se encontró a otros viajeros, cazadores de la Luz como él.
Algunos le buscaban en la piedra-materia, otros en la piedra-espíritu. Se unió a unos que trabajaban con la Luna bajo la bóveda estrellada; los otros le invitaron a descender en la noche a un cuarto de reflexión y cuando salió de las tinieblas, le reconocieron como un hermano. El viaje continúa. El sabe que es un viaje hacia la Luz…..
Alexandre escuchó atentamente el discurso del Viajero sin interrumpirle. Apegado a su tierra, a su jardín a sus olivos, el anciano no quería abandonar su pueblo. El circo de las montañas que le rodeaban fueron por mucho tiempo su único horizonte y su jardín de piedra secas, el crisol de sus meditaciones. Hubo un momento de silencio.
“ Tu sabes, dijo Alexandre pensativo, en el fondo, ambos buscamos comprender el sentido de todo esto. Y haciendo un gesto para mostrar la montaña, el cielo…. Tú , tu debes recorrer el mundo y hacer todos esos viajes, vivir todas esas aventuras… yo, todas las mañanas, después de sesenta años, vivo en mi jardín. Al fin de cuentas, como tú, no me quedan más que preguntas…La vida, la muerte, tu sabes…mira esa flor que se marchita, que está en trance de morir. De hecho, ella terminó de cantar su vida…”
Alexandre murió en septiembre último. Quedan el banco y la sombra de la acacia que guardan el recuerdo de sus palabras vivificantes. El Viajero sabe hoy, como Alexandre, que todo hombre, todo ser, es un vehículo de la Vida. Que no es lo que viaja, sino que él es caminado por el Espíritu. Que todo Hombre es en sí mismo un viaje. Que ese Viaje en el Eterno Presente es el Misterio. Y ahora espera, ese instante último, donde como Alexandre, como toda la multitud, se encontrará solo, de cara a la otra orilla, y saboreando los últimos pasos de su Viaje.
Podría ser que deseara cantar una última vez ese poema de Boris Vian, ese Himno a la Vida que arrojó sobre las rutas del Mundo:
No querría morir
No señor no señora,
Antes de haber palpado
El gusto que me atormenta
El gusto que es más fuerte
No señor no señora,
Antes de haber palpado
El gusto que me atormenta
El gusto que es más fuerte
No quisiera morir
Antes de haber gustado
Antes de haber gustado
el sabor de la muerte…..
Antoine, 10 novembre 2010
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Para consultar el archivo de trabajos (en francés) del blog propos maconnique, el enlace siguiente:
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