Próxima entrada de la Imprenta de Benjamín, el 1 de abril.
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Extraído de ¨La Acacia¨, revista del Ateneo Bartolomé Mitre.
Buenos Aires, Argentina, 1934.
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La Acacia era una publicación auspiciada por la Gran Logia Argentina, cuyo título completo en aquel entonces era: ¨Gran Logia Nacional Argentina de Antiguos, Libres y Aceptados Masones del Rito Escocés Antiguo y Aceptado”.
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La existencia de una Divinidad que rige los destinos del Universo, de Dios en una palabra, no es cuestión que la Masonería discuta. Tampoco la acepta de plano.
No la discute porque es de esencia en nuestra Orden la investigación de la verdad científica, evitando toda incursión en terrenos en que dominan las creencias y particulares opiniones de los hombres.
No la acepta de plano porque ello significaría la imposición de un dogma que estaría reñido con los sentimientos masónicos modelados sobre la libertad y tolerancia recíprocas que nos debemos todos los hermanos.
La aceptación del principio de existencia de una Divinidad Suprema significaría una violencia que la Orden ejercería sobre el intelecto de los masones, cuyas ideas particulares y convicciones íntimas acerca de Dios, tenemos el deber de respetar y jamás poner en discusión, porque la masonería asegura a sus adeptos y persigue con sus trabajos, la más amplia libertad de pensamiento, de confesión y de creencias.
Pero esto no significa que la masonería sea ateísta, esto es que desconozca una esencia superior al ser humano y ante cuya soberana y misteriosa majestad debemos inclinarnos.
Muy lejos de ello, la Orden Francmasónica exige del profano que llama a sus puertas el reconocimiento de esa Fuerza Superior.
Lo contradictorio de esta exposición es puramente exterior. En realidad la posición en que se coloca la masonería es la del razonador científico, la del sabio consciente de su saber y de su ciencia, ciencia humana, limitada, grande para nosotros, incipiente ante los misterios que encierra la inmensidad del Universo y que no alcanza para explicar la causa eficiente y la causa final de la existencia de un hombre.
Por eso la inquietud que se apodera del espíritu humano libre de prejuicios, frente al problema fundamental de la filosofía, ¨ ¿Qué sómos? ¨¿qué será de nosotros?¨; hace que la masonería admita que … ¨hay algo superior a nosotros que no podemos definir…¨
Nuestra Orden no es pues Teísta, sino Deísta, pero profesa un Deísmo abstracto, evidentemente el más razonable posible ante lo que se desconoce y nadie puede dar razón.
El ateo no puede tener cabida en nuestras filas, porque el ateo es la personalización de la vanidad humana, infatuada de su ciencia y su progreso material.
Ateísmo es proclamarse el hombre Rey de la Creación, no reconocer ningún poder superior al suyo, sentirse soberano. Y esa vanidad, ese orgullo, esa fatuidad, no condice con el alma sencilla y pura ni con el espíritu que debe ser noble y sereno de un hermano francmasón.
La masonería es científica y tampoco puede haber ateísmo donde hay cientificismo. La ciencia en su progreso incesante va haciendo luz donde antes todo fue tinieblas, pero queda aún en la sombra el misterio primordial de la vida, la explicación de la admirable armonía que reina en el Universo, el origen primero del Gran Todo.
Y mientras esos secretos permanezcan velados y mientras los hombres puedan pensar la idea de un Algo Superior, esencia madre de todo lo conocido, no podrá ser desalojado de la conciencia humana.
El Deísmo masónico, por ser científico, no da ubicación, ni forma, ni aún nombre, ni familia, ni historia, ni cualidades a ese Ser Supremo, al que no personaliza y ni siquiera reconoce algún atributo de Divinidad.
Se limita a reconocer la existencia de un poder que no está a nuestro alcance, que es permanente y extraterreno y al que designa con la fórmula convencional de Gran Arquitecto del Universo. Esta fórmula solo salva y asegura el principio.
A cada uno de los hermanos le queda la libertad de glorificar y honrar al G.A.D.U. bajo el nombre, en el rito y según el dogma que mas concuerde con sus sentimientos religiosos, pero cualquiera sea la religión que profese y cualquiera sea el nombre que dé a su Dios, siempre lo hallará identificado en la sublime imagen del Delta Luminoso en el Oriente de nuestro Templo.
Y hasta el mismo pretendido ateo que haga un superficial examen de sus ideas, frente al misterio insondable del más allá y la armonía subyugante del Universo inconmensurable, también sentirá la necesidad de referir a una esencia suprema tanto fenómeno incomprensible, tanto misterio impenetrable.
Y el ateo ya no lo será tanto.
Podrá, si quiere, llamar simplemente Naturaleza a lo que otros denominan Dios, pero en el fondo es lo mismo; es el reconocimiento de fuerzas superiores indefinibles, cuya naturaleza no hay hombre que las pueda precisar y mucho menos dirigir o propiciar por declararse su representante en la tierra.
Ahora bien; como la masonería No es una religión, no tiene por función honrar a ningún Ser Supremo y por eso no tiene dogma.
Solo se limita a reconocer lo inalcanzable.
Pero si el mundo y la humanidad son hechura más o menos indirecta del Principio Primero y no sabemos nada del Hacedor pero sí de su Obra, al ennoblecer a ésta estaremos glorificando a Aquel; por sus Obras lo conoceréis…
De ahí que la Masonería trabaja por la Humanidad y es en ese único sentido que glorifica al G.A.D.U.
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Genial : )
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